El adiós más sentido a José Saramago. Despedidas.

 
Despedir el curso con la noticia de la muerte de José Saramago es triste: la voz que hablaba tan claro, una voz lúcida que nos ha acompañado durante tantos años despertando siempre la conciencia. Es verdad que nos quedan sus libros, la impresionante obra de este portugués que ha vivido sus últimos años en Tenerife, pero su voz nos llegaba como un aldabonazo: para que no nos falte, para tenerla con nosotros hace falta seguir poniéndose en pie frente a las injusticias, mirando de frente a la vida.

Para despedirle, quiero recoger aquí el principio y el final del artículo que Manuel Rivas ha escrito estos últimos días y que destila amor y poesía: la vida, la muerte y la belleza se dan la mano y acarician el oído. En silencio, vamos a escucharle:


José Saramago se vio con la muerte en la Navidad de 2007. Casi un año después, en Lisboa, me contaba ese encuentro con mucha serenidad, incluso con una cierta compasión por aquel personaje que había venido para llevárselo: "Que no me hablen de la muerte porque ya la conozco. De alguna forma ya la conozco". Y me explicó que la muerte se alimenta de palabras, les devora el tuétano, y el rastro que deja es un silencio mudo. La parte de su cuerpo que resistió fue el lenguaje, que lo mantenía vivo, en vilo, con una excitación germinal: "Me oía a mí mismo, y el humor con el que yo me comunicaba me sorprendía, me emocionaba".
 (...)
 De repente, Saramago se olvida del lector y se dirige a una de las personas que más quiso, a su abuela Josefa, la mujer de Jerónimo: "Tú estabas, abuela, sentada en la puerta de tu casa, abierta ante la noche estrellada e inmensa, ante el cielo del que nada sabías y por donde nunca viajarías, ante el silencio de los campos y de los árboles encantados, y dijiste, con la serenidad de tus noventa años y el fuego de una adolescencia nunca perdida: 'El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir'. Así mismo. Yo estaba allí".


Una lección de vida  y de enfrentar la muerte que quiero completar con estos versos y un vídeos de una interesante enrevista en homenaje al gran escritor,  Premio Nobel de Literatura: al mejor hombre.


    En la isla a veces habitada de lo que somos, hay noches, mañanas y madrugadas en que no necesitamos morir.



    En ese momento sabemos todo lo que fue y será.



    El mundo se nos aparece explicado definitivamente y entra en nosotros una gran serenidad, y se dicen las palabras que la significan.

 Levantamos un puñado de tierra y la apretamos en las manos. Con dulzura.

Allí está toda la verdad soportable: el contorno, la voluntad y los límites.

          Podemos en ese momento decir que somos libres, con la paz y con la sonrisa de quien se reconoce y viajó alrededor del mundo infatigable, porque mordió el alma hasta sus huesos.

Liberemos sin apuro la tierra donde ocurren milagros como el agua, la piedra y la raíz.

Cada uno de nosotros es en este momento la vida.

Que eso nos baste.


 




Gracias por las cartas que me habéis mandado a través de la página Nocturno-Bernat. Son muy agradecidas y así las aprecio de corazón.

 El próximo curso me encontraréis en el blog que he abierto para el CLUB DE LECTURA "La habitación propia" que se inaugurará en septiembre en la Biblioteca Municipal de Benidorm: volveremos a encontrar más paraísos abiertos a la palabra, y una habitación propia donde resguardar la sensibilidad en estos tiempos difíciles.
Buen verano. Disfrutad del merecido descanso, pero sin dejar de cultivar el espíritu, sin dejar de leer.